Margarita Lampo, una vida dedicada al estudio y conservación de los anfibios venezolanos

La académica fue reconocida recientemente con el Premio Lorenzo Mendoza Fleury que otorga la Fundación Empresas Polar

Desde el sapo común como especie invasora en Australia hasta la extinción de la ranita arlequín en Venezuela, la doctora Margarita Lampo ha dedicado casi toda su carrera científica a contribuir al conocimiento sobre los anfibios y a su compromiso con la preservación de la biodiversidad, labor que fue reconocida recientemente con el Premio Lorenzo Mendoza Fleury que otorga la Fundación Empresas Polar.

Su vinculación con los anfibios comenzó en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) a principios de los años 90, cuando se incorporó a un proyecto sobre el control biológico de especies invasivas en colaboración con el Commonwealth for Scientific and Industrial Research (CSIRO) de Australia. “Fue un proyecto en el que trabajé por muchos años. Se trataba de buscar la manera de reducir las densidades del sapo común, una especie invasora que estaban afectando a las especies endémicas en Australia. Viajábamos una vez al año a Australia y Brasil, porque el proyecto tenía varios nodos”, relata la doctora Lampo, Individuo de Número, Sillón XXII, de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela (ACFIMAN).

La oportunidad de estudiar a la ranita arlequín

Una vez culminado el proyecto, comenzó a trabajar con la extinción de anfibios y su relación con la quitridiomicosis cutánea, enfermedad provocada por el hongo Batrachochytrium dendrobatidis, que ocasiona la muerte de manera rápida en los animales infectados y la merma de las poblaciones. “Ya se había reportado que había especies en Venezuela, al igual que en muchas partes del mundo, que no se habían visto por décadas”, indica la doctora Lampo, quien desde 2017 es investigadora emérita del IVIC.

Explica que los arlequines son un género de sapos (Atelopus) dentro del cual hay muchísimas especies, algo más de cien ya descritas. Los arlequines están distribuidos desde Costa Rica hasta Bolivia. Sin embargo, 68 % de estas especies está en peligro crítico de extinción, por causa, principalmente, de la diseminación reciente del hongo. En Venezuela se han descrito diez especies, una de ellas ya extinta.

La Dra. Lampo durante una salida de campo (Cortesía: Jaime Culebras)

La Dra. Lampo durante una salida de campo (Cortesía: Jaime Culebras)

Su primer trabajo con las ranas arlequines consistió en revisar los ejemplares que estaban depositados en las colecciones de los museos y tomar muestras de piel. “Encontramos que sí había indicios de que probablemente hubo una epidemia hacia finales de los años ochenta”, señala la doctora Lampo, quien realiza su trabajo desde el IVIC y, actualmente también con la Fundación para el Desarrollo de la Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (FUDECI), de la cual es presidenta.

De las especies venezolanas, la ranita arlequín de Rancho Grande o sapito rayado de Rancho Grande, como también se le conoce, se creía desaparecida, pero fue detectada en 2003 en el Parque Henri Pittier, en el estado Aragua. “Fuimos a observar y vimos que había poblaciones abundantes que nos ofrecían la oportunidad de hacer estudios demográficos y epidemiológicos para entender el problema de la quitridiomicosis cutánea como epidemia. Los animales se podían identificar uno a uno sin necesidad de marcarlos, porque tienen un patrón en el dorso que es similar a una huella dactilar. Es una ventaja maravillosa, porque muchos arlequines en otros países no tienen ese patrón y eso hace difícil hacer estudios como los que hemos hecho aquí”.

Poblaciones en una estabilidad precaria

El estudio de la ranita arlequín de Rancho Grande ya casi tiene dos décadas de trabajo, destaca la académica. Una labor dedicada a comprender por qué su número disminuyó hasta casi desaparecer, por qué algunas poblaciones no resistieron la epidemia, y por qué otras dos sí sobrevivieron. “Hemos descubierto que el patógeno está presente, pero la tasa de infección es muy baja, mientras que la tasa de reclutamiento poblacional es muy alta. Entonces, los individuos que se mueren por la enfermedad son rápidamente reemplazados por la tasa de reproducción tan alta que tienen”.

Si bien el estado actual de las dos poblaciones conocidas se ha mantenido estable desde 2005, cuando empezó el trabajo de muestreo −de hecho es la única especie venezolana de arlequines con poblaciones estables−, el equilibrio que las sostiene es precario. “Nuestro objetivo más importante ahora es tratar de sembrar poblaciones nuevas, porque si por alguna razón aumenta la transmisión del patógeno, o el reclutamiento disminuye, la población se viene abajo; y si se vienen abajo las dos poblaciones, se acaba la especie. Pasaría como cuando en una cesta se pudre una manzana, se pudren todas”.

Cría en cautiverio para evitar la extinción

Después de estudiar por mucho tiempo las poblaciones en el campo y complementar este estudio con modelos estadísticos y matemáticos para entender la epidemiología, llegó el momento de comenzar a realizar acciones para aumentar el número de poblaciones y reducir el riesgo de extinción.

Así, en 2019, en un congreso en Colombia, la doctora Lampo se puso en contacto con gente que ya tenía experiencia en la cría en cautiverio de la ranita arlequín en Panamá y Ecuador. Decidió que esa experiencia se podría replicar en el país, y durante la pandemia, comenzó a instalar el Laboratorio Centro de Reproducción e Investigación sobre Arlequines (CRIA) en Caracas, que hoy en día tiene su par para el respaldo de las camadas en el Zoológico Leslie Pantin, un centro de rescate de fauna silvestre ubicado en Turmero, estado Aragua.

La investigadora destaca lo significativo del trabajo de la reproducción en cautiverio y la siembra de nuevas poblaciones con un dato: es posible que en este momento en cautiverio el número de ejemplares sea el mismo que queda en vida silvestre. “Es decir, en estos dos laboratorios probablemente hay más animales, o un número similar, al que hay en la naturaleza, que está en el orden de los 500 individuos adultos”.

Retos de la reproducción en cautiverio

Rancho Grande (Cortesía Instagram @juan_diasparra)

El primer desafío de la reproducción en cautiverio es que la ranita arlequín de Rancho Grande nunca se había criado en cautiverio. “Esta especie requiere agua corriente de río muy limpia y muy fría. Entonces, es difícil reproducir estas condiciones en espacios pequeños”, enfatiza la académica.

Otro de los retos que se han presentado es despejar algunas incógnitas sobre la especie como las puestas de huevos. “Sabíamos que los ponían en las piedras, pero no exactamente cómo, hasta que entendimos y dimos con una arquitectura de piedra adecuada, como una cuevita, para que pudieran ponerlos”.

Tampoco se ha podido controlar del todo la malformación. La doctora Lampo explica que al principio era prevalente; con el tiempo, ha ido disminuyendo en su frecuencia de aparición, pero sigue presente.

Asimismo, en el laboratorio se están empezando a incorporar técnicas de reproducción asistida; es decir, estimulación con hormonas y fertilización in vitro. “Nos va a ayudar a maximizar la tasa de reproducción y lograr cruces que maximicen la diversidad genética que tenemos en cautiverio y que eviten los problemas que se producen con la endogamia”.

Reintroducción a la vida silvestre

En menos de dos años de trabajo, en CRIA se han logrado producir más de quinientos animales. Sin embargo, uno de los retos más grandes está por llegar: la reintroducción de estos ejemplares a la vida silvestre. “Hicimos una primera liberación en enero de este año que vamos a empezar a monitorear cuando empiece la próxima estación de sequía en enero del próximo año. La segunda liberación está pautada para el primer trimestre de 2025”, relata la académica.

Pero las reintroducciones en anfibios “siguen siendo muy experimentales, hay casos exitosos y hay muchos casos fallidos”, enfatiza la doctora Lampo. Por ejemplo, en ranas arlequines se han intentado tres reintroducciones en Panamá y, hasta ahora, no hay indicios de que alguna haya sido exitosa. “Estamos aprendiendo muchísimo, pero todavía no sabemos por qué los animales, como en el caso de Panamá, una vez reintroducidos no se vuelven a ver más. No sabemos si se dispersan o no se están adaptando; la tasa de mortalidad debe ser alta”.

La reintroducción se realiza en sitios donde no hay poblaciones porque el objetivo es ampliar la distribución geográfica de la especie. “Con una serie de criterios científicos, determinamos el sitio más adecuado. Sin embargo, eso no garantiza que al final la reintroducción vaya a resultar exitosa”.

Otra de las preguntas que se plantean en CRIA es cuál es el estadio óptimo para reintroducir los ejemplares, renacuajos, juveniles o adultos; también, en qué época es más conveniente, lluviosa o de sequía. “La primera reintroducción que hicimos fue de renacuajos, ahora vamos a probar con juveniles y adultos”.

Un equipo de voluntarios mantiene el proyecto

La doctora Lampo comenta que las alianzas con proyectos similares que se desarrollan en Ecuador y Panamá son de mucha ayuda porque se comparten protocolos y se intercambian conocimientos a través de talleres y reuniones. “La red de colaboración es bastante buena y ahora estamos empezando a elaborar proyectos regionales para atraer fondos más grandes”.

Hasta ahora, el proyecto ha contado con fondos pequeños que permiten invertir en insumos y en la alimentación de los animales, pero no en el pago de empleados. “Hemos funcionado gracias a un equipo de voluntarios absolutamente comprometidos con lo que hacen, que trabajan sin recibir remuneración porque creen en el proyecto”, destaca.

También ha habido estudiantes que han realizado sus trabajos de grado en el proyecto; actualmente, lo está haciendo un estudiante de la Universidad Central de Venezuela (UCV).

Trabajo con las comunidades

Todos los proyectos que se desarrollan en FUDECI tienen un componente de trabajo con las comunidades, relata la doctora Lampo. En el caso de la ranita arlequín, el Zoológico Leslie Pantin es una ventana al público ideal. “Tiene una exhibición dirigida al público en general, pero enfocada en especial a los niños, en la que se explica, mediante infografías, el ciclo de vida y las amenazas sobre el sapito rayado. Es un primer acercamiento de los niños al conocimiento de esta especie”.

También han dado charlas a los niños de escuelas primarias cercanas a las zonas donde se encuentran las poblaciones. “La idea es tratar de concientizar a la comunidad, que entienda que deben preservar las quebradas donde viven los sapitos rayados. Ellos solo viven en sitios donde el agua está muy limpia. Además, preservando el agua para el sapito rayado también lo hacen para la propia comunidad que hace uso de ella”.

Un camino de ciencia desde la infancia

La doctora Lampo ha tenido afinidad con los animales desde la infancia. “Pasaba horas con mis perros y gatos. Siendo la tercera hija de la familia, que, por lo general, recibe menos atención, pasaba bastante tiempo jugando con mis animales y, como muchos niños, quise ser veterinaria”.

Sin embargo, a raíz de un incidente comenzó a darse cuenta de que no podría estudiar esa carrera. “Tendría 10 o 12 años cuando un veterinario amigo me invitó a ver la intervención quirúrgica de una perrita. Me sacaron inconsciente, me desmayé. En ese momento me di cuenta de que mi cuerpo no aguantaría la impresión”.

Este episodio no fue el único factor que la alejó de la veterinaria. “A medida que fui creciendo, ya en bachillerato, me fui interesando más por la ciencias, por conocer el funcionamiento de la naturaleza, los animales, el cuerpo humano”, recuerda la académica.

Tuvo la suerte de que le diera clases una profesora de Biología, Trina Quintero, quien “era muy buena y fue una inspiración para mí y varias de mis compañeras que compartían conmigo el mismo interés por la ciencia; todas terminamos siendo biólogas”.

Una visita a los laboratorios del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas también fue determinante en su decisión de ser científica. “Una de mis compañeras del colegio que quería ser bióloga, Adriana Di Polo, era sobrina de uno de los investigadores del IVIC, Reinaldo Di Polo. Por eso, tuve la suerte de conocer el laboratorio del doctor Carlo Caputo, donde también estaba Di Polo, y quedar impresionada por el trabajo que hacían y por los equipos que utilizaban. Ahí me quedó claro que no quería ser veterinaria, sino investigadora científica, en un área vinculada a los animales”.

Regreso a Venezuela como zoóloga

Sus padres le dieron la oportunidad de estudiar el pregrado fuera del país. Apenas había cumplido los 17 años cuando se fue a EE. UU. para estudiar en la Universidad de Maryland, donde se graduó como zoóloga en 1985.

Durante ese tiempo permaneció en contacto con sus amigas biólogas en Venezuela y, junto con estas conversaciones, también le llamó la atención que los investigadores de la Universidad de Maryland se referían al trópico con gran fascinación por las oportunidades enormes de hacer investigación que brindaba esa región.

Decidió entonces regresar a Venezuela, donde podría aprovechar el potencial del trópico para hacer ciencia, e insertarse en la comunidad científica nacional. Lo hizo estudiando el Doctorado en Ecología de la Universidad Central de Venezuela, de donde egresó en 1991. “Me gustaba hacer ciencia que tuviera utilidad, y eso me llevó a trabajar cinco años en el control de las plagas del sorgo”.

Sus comienzos en el IVIC

Antes de defender su tesis doctoral recibió una invitación de la Universidad de Princeton para que presentara sus resultados en un seminario. La presentación le valió una oferta para realizar un postdoctorado en esa institución. Sin embargo, casi de manera simultánea, El Nacional publicó una oferta laboral que enseguida vio como una gran oportunidad: se requería un profesional para trabajar en un proyecto de control biológico de una especie invasora de anfibios en Australia, que se desarrollaría desde el IVIC.

Plaza Bolívar y Bello del IVIC (Wikipedia)

No tenía ninguna experiencia en anfibios, pero sí, durante su tesis doctoral, había trabajado con herramientas matemáticas para modelar el sistema de plagas de sorgo, y justo era lo que se necesitaba, a alguien que dominara esas herramientas. “Además, yo quería entrar al IVIC y esta era la oportunidad. Me entrevistaron y quedé seleccionada. El postdoctorado en Princeton lo pude hacer al tercer año de estar en el IVIC, aprovechando el esquema que tenía el Instituto en ese entonces para que los investigadores se formaran fuera del país”.

Desde entonces hasta 2017 la doctora Lampo hizo su carrera científica en el IVIC y hoy es Investigadora Emérita del Instituto. Apenas un año después fue elegida como Individuo de Número de la Acfiman. En 2021 fue incorporada formalmente para ocupar el Sillón XXII y pasó a ser presidenta de FUDECI. “Ahora mis proyectos de investigación están adscritos tanto al IVIC como a la Fundación”.

Siempre divertida, nunca aburrida

– Si tuviera la oportunidad de dar una charla motivacional a los jóvenes, ¿qué les diría para invitarlos a estudiar una carrera científica, en particular Biología?

-Trataría de convencerlos de que el estudio de la biología, lejos de ser aburrido, es fascinante y divertido. Lo haría mostrándoles lo que hacemos, que, para nosotros, no solo es importante, sino también divertido. Y tiene que serlo para dedicar toda la vida a hacerlo, como lo he hecho yo y muchos de mis colegas científicos. Somos los únicos que nos jubilamos y buscamos la manera de seguir trabajando en lo que veníamos haciendo, porque hay placer en ello.

“El Premio Polar me incentiva a seguir trabajando”

Cortesía: Fundación Empresas Polar

La doctora Lampo dice que recibió la noticia del Premio Polar con sorpresa, “no me lo esperaba”, y también con gran emoción. “Imagínate tener el sello del Premio Polar, como muchos académicos. Es un reconocimiento que me incentiva a seguir trabajando en Venezuela, donde no es tan fácil y se requiere mucho esfuerzo para superar obstáculos”.

– ¿Qué significa para usted ser parte de la Academia de Ciencias, Físicas, Matemáticas y Naturales?

– Para mí es un honor que me hayan invitado a incorporarme a la Acfiman. La Academia tiene una función muy importante dentro de la sociedad, porque es una institución que puede contribuir a entender cuáles son las necesidades científicas de un país y a incentivar las ciencias. Está demostrado que los países que tienen más ingresos per cápita, los países desarrollados, son los que tienen instituciones científicas fuertes. Entonces, en un país donde pasa todo lo contrario, donde las instituciones científicas son débiles, tiene una gran importancia la labor de instituciones como la Acfiman, de tratar de incentivar la actividad científica.

Familia, animales y piano

La doctora Margarita Lampo nació en Caracas en 1962; está casada con Jaime Nestares y es madre de dos hijos, Santiago, de 27 años, y Jimena, de 25 años, que viven en el exterior. “Son dos personas maravillosas que vuelan solas, tienen sus carreras y son muy exitosas”.

-¿Hay alguna actividad, fuera de la ciencia, que le apasione?

-Muchas; sin embargo, el piano quizás sea la afición a la que le he dedicado más tiempo y he practicado con más seriedad. Lo he tocado desde pequeña, pero no todo el tiempo, porque a veces no he tenido un piano para practicar. Sin embargo, últimamente me he dedicado a estudiar al menos dos horas al día y lo disfruto mucho”.

Los animales siempre están presentes, tiene dos perros y una yegua de 23 años que solía montar, pero que ya está retirada. “Si pudiera, tendría más animales”, comenta para finalizar.

Lecturas recomendadas