De alumna curiosa y rebelde a científica de renombre internacional

La doctora Ana Herrera anhelaba su jubilación para entregarse de lleno a la investigación. Tras ganar el Premio Mujeres en Ciencia 2025 de la ACFIMAN, confiesa que la biología era el camino que la hacía más feliz

No heredó las dotes artísticas de su madre ceramista y su padre fotógrafo, pero tampoco era muy talentosa con los números y las fórmulas ni ponía mayor empeño en aprender, rasgos esperados si quieres estudiar Matemáticas o Física. Su afición era triturar las hojas de los árboles y guardar los macerados en sitios oscuros para ver si cambiaban de color (a tan corta edad no sabía que el pigmento natural de la flora se llamaba clorofila y que era verde). También disfrutaba observar por microscopio los “bichos” que crecían en las aguas de los floreros (de nombre paramecios, como más adelante supo). Aunque ella dice que nada de eso condicionó su vocación por la ciencia, se graduó de bióloga y hoy en día es una reconocida científica de plantas, dentro y fuera de Venezuela.

Ana Mercedes Herrera nació en Caracas y vivió hasta los 19 años en la parroquia La Pastora. Sus estudios los cursó entre el Colegio Leal y el Liceo Andrés Bello.

Año 1945. Un autobús de la ruta La Pastora subiendo hacia La Puerta de Caracas (Cortesía X @CIVoficial)

Premio Mujeres en Ciencia de ACFIMAN

Junto a sus padres y hermana menor, tuvo “una infancia de lo más normal, aunque bastante intervenida por los movimientos políticos de la época. Teníamos que pasar mucho tiempo encerrados en la casa”, dice. La creatividad de su mamá −Reina Benzecri (de nombre artístico Reina Herrera) era artista plástica dedicada a la cerámica− facilitó las largas estancias en el hogar durante y después del perezjimenismo: les enseñó a hacer muñecas y títeres e incluso a modelar arcilla. “Hice un juego de té y mi mamá se puso muy brava porque se lo regalé a mi maestra. Éramos un par de niñas relativamente pacíficas, pero peleábamos porque yo era muy mandona. Con frecuencia, venían a comer a la casa mis dos hermanos varones, que me llevaban 13 y 15 años, hijos de mi padre, y parecía lo mejor que nos podía pasar”, recuerda.

Ana fue la ganadora del Premio Mujeres en Ciencia 2025 que la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela (ACFIMAN) otorga anualmente con el auspicio de la familia Dorta-Vivas. Por unanimidad, el jurado calificador de la edición de este año decidió concederle el galardón en el área de las Ciencias Exactas y Naturales (Biología, Ciencias de la Tierra, Computación, Física, Matemáticas y Química) gracias a sus méritos académicos y aportes al conocimiento científico.

Buscando “bichos”

No soñó con ser científica, pero su intuición le reveló muy rápido que “no tenía mayores habilidades plásticas; hacía las cosas y gozaba, pero no sentía la compulsión que sentía mi hermana Maruja Herrera, que es una gran artista. A mí más bien me gustaba curiosear”.

Su papá Carlos Herrera no solo fue pionero de la fotografía artística y técnica: “Era una especie de biólogo no realizado a quien le encantaba la ciencia. De hecho, estudió varios semestres de Agronomía en Estados Unidos (EE. UU.), pero la caída de la Bolsa de Valores de Nueva York en 1929 lo obligó a devolverse a Caracas sin culminar la carrera”, afirma. De él recibió su primer microscopio para que jugara, “de una marca muy buena (Reichert)”, dice. Su papá se lo había regalado originalmente a su mamá cuando ella nació y “yo me la pasaba buscando a los bichos que crecen en los floreros. Sumergía el objetivo del microscopio en la gota de agua, cosa que es un pecado mortal, pero no me regañaban. Cuando veía un paramecio (así se denominan los seres microscópicos unicelulares que habitan en las aguas dulces estancadas) me parecía espectacular. Por otro lado, me la pasaba machacando hojas para extraer la clorofila −nadie me había dicho que eso se llamaba así−; las guardaba en la oscuridad y periódicamente las chequeaba para constatar que seguían verde y me parecía maravilloso”.

Las múltiples caras del amor

Con apenas 16 años, ingresó como Estudiante Visitante al Departamento de Biofísica y Bioquímica del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), donde su hermano mayor Francisco Herrera Kompanek trabajaba como investigador en fisiología animal. “Era un gran científico, su currículo era abrumador. Me enseñó muchísimas cosas, truquitos que después traté de transmitirles a mis alumnos porque eso no se aprende en una materia sino en el día a día en un laboratorio. Francisco soñaba con que yo fuese su generación de relevo, pero como el trabajo consistía en sacrificar sapos para extraerles la vejiga urinaria y medir el transporte de iones, llegó un punto en que eso me produjo tanto repugnancia como fastidio”, admite.

Su “amor a primera vista” por las plantas ocurrió gracias a un joven estudiante de Biología que hacía pasantías en el Instituto Experimental Jardín Botánico Dr. Tobías Lasser de la Universidad Central de Venezuela (UCV), de quien se enamoró y con quien se casó. “Empezó a hablarme de lo que él sabía del ascenso de agua por los tallos y pensé: ‘Eso sí es interesante, me gusta y es lo que voy a hacer’. Nunca me he arrepentido de esa decisión”. Ana llegó a ser directora del Jardín Botánico entre 2016 y 2017.

Rebelde y dramática

Fue siempre la biología lo que me jaló”, señala. “Es una ciencia tan completa, que en ella se usan todas las ciencias naturales y hasta las matemáticas. La tendencia actual, sobre todo ahora con la inteligencia artificial, es ultrainterdisciplinaria; entonces, uno se puede encontrar a un ingeniero haciendo diagnósticos médicos”. A pesar de que le han atraído otros aspectos de la biología, como la nutrición e inmunología, “que son mis áreas frustradas, estoy muy feliz con la ecofisiología vegetal”.

Ana egresó de la Licenciatura en Biología de la UCV en 1972. Su tesis de grado “Fijación nocturna de CO2 y actividad de carboxilasas en Tillandsia recurvata” fue tutorada por el doctor Ernesto Medina, investigador del Centro de Ecología del IVIC especializado en fisiología vegetal. “Caí en manos de uno de los mejores ecofisiólogos de Latinoamérica y posiblemente del mundo, pero sospecho que él no quedó muy feliz: yo era una estudiante problemática porque era muy rebelde. También era y sigo siendo muy dramática. Mi padre tenía un asistente de aerocartografía (confección de mapas y cartas de líneas de nivel a partir de fotografías tomadas desde el aire), el señor Luis Contreras, con quien tenía trato muy frecuente; él me apodó ‘Tragedia’. A mí me frustraba que los experimentos no salieran como yo esperaba, pero aprendí, y les inculqué a mis estudiantes el valor del fracaso como método para recomenzar.”

Labrando camino

Cuatro años después de haberse graduado, en 1976, con fondos provenientes del antiguo Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicit, actual Fonacit), fundó el Laboratorio de Ecofisiología Vegetal del Centro de Botánica Tropical, adscrito a la Facultad de Ciencias de la UCV, junto con el doctor Gustavo Montes Urdaneta, su esposo en ese entonces. Para 1978, ya estaba recibiendo su título de doctorado en Plant Sciences (Ciencias de las Plantas) en la Universidad de Londres.

Dra. Ana Herrera durante su doctorado en Londres

Ana comenzó su carrera docente en 1978 como Profesora Asistente a Tiempo Convencional y fue avanzando en el escalafón hasta convertirse en Profesora Asistente (1979), Agregada (1988), Asociada (1996) y finalmente Titular (2001). A la par de sus clases, asumió actividades gerenciales, llegando a ser Jefa de Departamento, Coordinadora de Centro, Secretaria Ejecutiva de la Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia (AsoVAC) y Coordinadora del Comité Académico del Posgrado en Botánica (del que sigue siendo miembro), entre otros cargos administrativos.

En la actualidad, solo está involucrada en la docencia de posgrado. “Mi jubilación en 2003 me permitió dedicarme aún más a la investigación. Tengo un proyecto financiado por el Fonacit (Fondo Nacional de Ciencia Tecnología e Innovación) sobre el efecto de la sequía y la inundación en la respuesta fisiológica y el crecimiento de cultivares selectos de plantas de cacao provenientes del estado Aragua. El cacao es exigente en términos de suministro de agua; en condiciones de cultivo, se puede ver expuesto tanto a sequía como a la inundación que ocurre cuando los agricultores desvían las acequias para regar los árboles. Por tanto, la información que aportará nuestro proyecto es útil para los productores que deseen escoger cuáles clones de cacao sembrar”, explica la primera mujer en ganar el Premio Alma Mater de la UCV en 2009.

CAM para toda la vida

Si las plantas fueron su “amor a primera vista”, el metabolismo ácido de las crasuláceas (CAM) fue algo así como un matrimonio que jamás disolverá.

Las plantas producen alimento mediante la fotosíntesis, proceso durante el cual el agua y el dióxido de carbono (CO2) se combinan para producir azúcares y oxígeno. La inmensa mayoría de las especies vegetales (un 94 %) absorben CO2 utilizando la energía solar de la fotosíntesis. Sin embargo, un grupo selecto de plantas absorben CO2 en la noche y lo transforman en azúcares durante el día, fenómeno conocido como CAM. El CAM, que ocurre en presencia de alta temperatura y baja disponibilidad de agua, es una adaptación a condiciones áridas que le permite a las plantas conservar agua más eficientemente.

“Plantas CAM hay en toda Venezuela, incluso en el páramo”, sostiene Ana. “Esto puede resultar raro porque el CAM se activa para tolerar ambientes áridos con mucha insolación, altas temperaturas y poca agua, que no es el caso del páramo, aunque el páramo recibe mucho sol de día y hay una temporada seca. Todos los cactus (Cactaceae) son CAM, las cocuizas (Agave cocui) también, igual que ciertas verdolagas (Portulaca oleracea, Talinum triangulare) de Caracas”.

Logros y asignaturas pendientes

De alumna curiosa y rebelde a científica de renombre internacional

Talinum triangulare (https://indiabiodiversity.org)

La verdolaga de cabra (T. triangulare), una de las especies CAM que Ana ha estudiado por más de 30 años, “solita o con la cooperación de mi grupo, se ha convertido en un modelo de estudio entre los investigadores de todo el mundo para investigar los mecanismos de regulación y expresión del CAM”.

Su grupo también descubrió que, en los bosques inundados, el exceso de agua no mata a las plantas; al contrario, “propicia el crecimiento, la floración y la fructificación. Además, las hojas que permanecen por meses debajo del agua siguen fisiológicamente activas. Para mi conocimiento, nosotros fuimos los primeros en demostrar esto a través de publicaciones arbitradas en revistas prestigiosas”, dice orgullosa.

Una línea de investigación que tuvieron que abandonar por los costos y las dificultades logísticas fue el efecto del CO2 elevado en la fotosíntesis de especies silvestres y cultivadas, tema de gran interés en tiempos de cambio climático.

Mujeres de ciencia

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), para el año 2024 apenas el 33,3 % de los investigadores del mundo eran mujeres, mientras que el 35 % de los estudiantes de carreras relacionadas con Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (STEM) eran mujeres. Ana cree tener la explicación a esa tendencia, al menos en países de América Latina. “Mi hipótesis, no fundamentada en una investigación sino en mi experiencia y la de mis colegas, es que la mujer en ciencia y en cualquier otra profesión similar, como la ingeniería o medicina, tiene que sopesar su aspiración profesional con su instinto biológico de ser madre. Se requiere de mucha ayuda para criar hijos y hacer experimentos hasta la noche, y no siempre se consigue. Mis hijos salieron casi ecólogos con tantas salidas de campo a las que tuvieron que acompañarme”.

Los científicos son “cool”

En cambio, en las universidades venezolanas, latinoamericanas y caribeñas hay más docentes mujeres que hombres, una de las razones que explican la disparidad salarial entre ellas y ellos en algunos países de la región. “El científico promedio en todo el mundo suele estar subpagado, sobre todo en las instituciones universitarias. En Venezuela, actualmente no tiene ningún atractivo graduarse de científico; eso quedó en el pasado. Es difícil estimular a un joven a estudiar ciencia. Que todavía haya estudiantes en la Facultad de Ciencias de la UCV es un verdadero milagro”, comenta.

Madre e hijo

Pese a lo desalentador del panorama, cree que ser científico “sí es cool. Eso de ser youtuber o influencer es una moda pasajera que será muy pronto sustituida por algo que en este momento es difícil predecir, dada la velocidad con que avanza la tecnología digital”.

Madre e hija

Ana vive en la urbanización Colinas de Bello Monte, en el municipio Baruta, junto a su esposo, el doctor Alexis Mendoza, también biólogo y profesor de la Facultad de Ciencias de la UCV. “¡Te puedes imaginar de qué tratan las conversaciones en mi casa!”, asegura en tono jocoso. No tiene mascotas por vivir en un apartamento, “y las mascotas, todas, incluyendo los perros, gatos y pájaros, ensucian mucho”. En cambio, le encantan las plantas, pero lamenta no tener un pedacito de jardín para cultivarlas. A las pocas que tiene en el balcón les hace experimentos y observa minuciosamente.

Tiene dos hijos, Enrique Montes (52 años, biólogo oceanográfico) y Eva Montes Herrera (48 años, psicopedagoga), ambos con carreras exitosas. “Enrique, lamentablemente, está residenciado en EE. UU. desde hace 17 años y no lo veo con frecuencia, pero con él tengo largas conversas sobre isótopos naturales y cambio climático, lo cual nos divierte mucho”.

La Dra. Ana Herrera junto a su esposo, el Dr. Alexis Mendoza

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