Entrevista con Deanna Marcano
“Mientras viva perteneceré a la Academia y seguiré soplando las velas para que avance”
Deanna Marcano, Individuo de Número Sillón XXIII, es uno de los pilares que sostienen la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (ACFIMAN) con su trabajo como secretaria y editora jefe de publicaciones y su apoyo constante a todas las actividades de la Corporación.
A sus 84 años se mantiene activa y dispuesta a seguir “soplando las velas para que el barco avance”. “Los Individuos de Número somos vitalicios, de modo que ocuparé mi sillón hasta que me muera; mientras viva, perteneceré a la Academia”.
La falta de personal, la diáspora y la desmotivación y distancia física que trajo la pandemia son obstáculos con los que ha tenido que lidiar la Corporación tal como otras instituciones venezolanas. “Mantener todo esto andando es difícil, es un mal general, ocurre en todas las Academias y universidades, son las razones por las cuales han ido muriendo grupos de investigación en el país”.
Es Individuo de Número de la Academia desde 2013, pero desde 2008 fue Miembro Correspondiente y desde los años 80 formó parte de las comités de asesoría técnica.
De 2014 a 2019 fue tesorera y desde 2019 asumió la Secretaría de la ACFIMAN. “El trabajo de la Academia es demandante, sobre todo porque trabajamos a distancia. El tiempo lo tengo contado y trabajo incluso de noche”.
¿Cómo surgió su interés por la ciencia?
Toda la vida me ha encantado averiguar cómo funcionan las cosas por dentro. Cuando eres niño te acercas a plantas y animales por curiosidad. A mí los animalitos nunca me hicieron mucha gracia, pero las plantas sí; me acerqué a ellas desde niña.
En bachillerato tuve unos profesores de Química muy buenos y me motivé a estudiar la carrera porque entendí que desde ahí podía averiguar cómo funciona la materia.
En los años 50 no era generalmente aceptado que una mujer hiciera carrera universitaria y profesional. “Mis padres no querían, pero mi mamá se convenció y se impuso. Claro, ella pensó que como siempre me ha gustado pintar y dibujar, yo iba a estudiar una carrera como Arquitectura, que era vista como más femenina. Cuando dije que estudiaría Química se armó la tángana en mi casa, pero al final mi mamá, como todas las mamás, accedió”.
Así empezó sus estudios de Química en la Universidad Central de Venezuela (UCV) en un grupo de 82 estudiantes de los cuales solo 8 eran mujeres. Se graduó de licenciada en 1961, con un proyecto de grado dedicado al estudio de alcaloides de una planta tóxica. “Me gustó mucho y seguí mi carrera en Química Orgánica y después en productos naturales”.
El interés por las plantas viene de familia. Relata que su bisabuela materna era curandera y, curiosamente, una prima quince años menor que Marcano, con quien no tenía relación cercana, también estudió Química y productos naturales.
Doctorado en Oxford en tiempo récord
Deanna Della Casa de Marcano llegó a Venezuela, desde su natal Italia, a los 9 años de edad. “Siempre estudié en instituciones públicas, primero en la Escuela Elías Toro en El Valle, luego en el Liceo Andrés Bello, el mejor de Caracas en esa época, y después en la UCV”.
Luego de graduarse del pregrado empezó a dar clases en la UCV y en 1967 se fue, junto con su esposo, Melquíades Marcano, y dos niños pequeños, a estudiar en la Universidad de Oxford, Reino Unido, de donde egresó tres años después como Doctor of Philosophy, Química de Productos Naturales.
“Un doctorado generalmente se hace entre 4 y 5 años, yo lo hice en 3 años, empecé en julio de 1967 y terminé en octubre de 1970, con una beca del Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de la UCV”.
Poder hacerlo en ese tiempo se lo debe, dice, al entrenamiento que traía de Venezuela, donde lo usual para ella en los últimos años de la carrera era trabajar y estudiar mucho y dormir apenas unas horas.
“Mi marido también era químico, me casé a los 21 años cuando todavía estudiaba la licenciatura, pero no tuvimos hijos hasta tener un sueldo estable. Recuerdo que me faltaban electivas y tenía que hacer la tesis, al mismo tiempo daba 36 horas de clase en un liceo público y también algunas clases en liceos privados. Vivíamos cerca de la facultad y teníamos un grupo con el que estudiábamos hasta las 11 de la noche, después hacíamos una pausa cuando mi marido llegaba de clase nocturna y luego retomábamos, luego de un café con un dulcito de la cafetería cercana, hasta las 2 o 3 de la mañana. Y ya a las 7 tenía que dar clases”.
En Inglaterra su tutor le presentó varios proyectos para la tesis doctoral. Seleccionó trabajar con terpenos. “En esa época no se sabía para qué servían, hoy en día con los equipos que hay parece una estupidez. Eran investigaciones básicas que sirvieron después para el desarrollo del medicamento Taxol, que se utiliza para quimioterapia, aunque en ese momento no lo sabíamos”.
Siempre con productos naturales
Como profesora instructora de la UCV, antes de hacer su doctorado, Marcano fundó en 1963 el Laboratorio de Productos Naturales, aún activo y que fue pionero e inspiró la creación de grupos similares en otras universidades. “Me dieron un espacio vacío y me las arreglé para equiparlo”.
En su ausencia el grupo siguió trabajando con Sergio Flores, profesor de la Universidad de Oriente (UDO), al frente. Por el laboratorio pasaron investigadores de Francia y Gales que colaboraron en su consolidación junto con los profesores y estudiantes venezolanos.
Cuando regresó del doctorado continuó con el trabajo en productos naturales: aislamiento, determinación de estructuras, terpenos, esteroides, alcaloides, entre otros. “Además, comencé una línea nueva, la de D-homoesteroides, que organizamos junto con el investigador que vino de Gales, tuvimos una gran cantidad de estudiantes”.
Hasta su jubilación en 1986, el grupo llegó a tener más de 70 tesistas. Después de jubilarse continuó dando clases de postgrado y atendiendo tesistas, no solo de la UCV también de la Universidad Simón Bolívar, hasta 2010. “Aunque ya no doy clases siempre me están llamando por una u otra cosa”.
Marcano tiene 15 libros escritos, cuatro de los cuales fueron reconocidos con el Premio Bienal al Libro Universitario APUC – UCV: Principios de síntesis orgánica, escrito con Gustavo Cabrera, premiado en 2002; Fundamentos de química orgánica, escrito con Luis Cortés, premiado en 2000; Fitoquímica orgánica, escrito con Masahisa Hasegawa, premiado en 1994, y Química orgánica, escrito con Luis Cortés, premiado en 1984.
“El primero (Química orgánica) que escribí con un compañero de carrera, Luis Cortés, tiene cuatro ediciones; son dos tomos y todavía lo uso. Actualmente, se utiliza en postgrado”.
También ha editado y escrito ocho monografías de Química con varios profesores de las Universidades de Los Andes, de Oriente, del Zulia, Carabobo, Simón Bolívar y Central de Venezuela. Las monografías me las enviaban y las enviaba corregidas por fax, al menos cuatro veces. Tenía que trabajar con el diagramador y la dibujante para darle forma a toda esa información. Fue un trabajo editorial muy grande.
Igualmente, es autora del libro Introducción a la química de los colorantes, con dos ediciones, una financiada por Industrias Lavital y la segunda por la ACFIMAN, así como también de La química en los alimentos (coedición ACFIMAN y Fundación Empresas Polar) y Los D-homoesteroides y su evolución (ACFIMAN).
Del libro La química en los alimentos comenta que fue producto de su experiencia laboral en una empresa que hacía aditivos alimentarios. “Gracias a mi formación en Química pude resolver una serie de problemas de la empresa, y formé a un equipo de trabajadores del laboratorio de control de calidad”.
La empresa le pidió asesorarlos también en la creación de otra compañía dedicada a los colorantes naturales para alimentos, aunque al final no hubo dinero para montar la planta. “Para esa empresa tuve que estudiar bastante sobre compuestos tóxicos, colorantes alimentarios, lo que me permitió escribir el libro”.
Editora y compiladora
La experiencia de Deanna Marcano como editora de publicaciones es vasta. De 2004 a 2018 fue asesora del Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de la UCV en la recopilación de información, producción y publicación del anuario de investigaciones financiadas por este organismo, además de los informes de gestión. Asimismo, fue editora del boletín de la Sociedad Venezolana de Química, donde también fue vicepresidente, y de los libros resúmenes de los Congresos Venezolanos de Química desde finales de los años 80 hasta 2010.
Otra de sus experiencias fue en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicit), donde fue miembro, y en dos ocasiones presidente, de la Comisión Técnica de Química. “Luego estuve involucrada en el programa Banco Interamericano de Desarrollo BID-Conicit, en nuevas tecnologías en la parte de química fina, también pertenecía a la comisión de becas de Conicit. Era un trabajo muy duro, tenía que viajar por las universidades del interior y evaluar el desarrollo de los proyectos y todo se trabajaba con fax, no existía otra tecnología.
¿Qué opina del estado actual de la investigación científica en Venezuela?
Que está mal. Una de las quejas generales es que el Gobierno no presupuesta recursos para la investigación, ni siquiera para mantener la planta física de las universidades.
Si no se hace ciencia básica, no se puede desarrollar aplicaciones ni tecnología y esto no lo acaba de entender mucha gente. En otros países sí se entiende la necesidad de desarrollar nuevos conocimientos, que es lo que soporta la ciencia básica para poder tener nueva tecnología. Lo que debemos tener primero son nuevos conocimientos.
Los sueldos de los profesores son miserables. ¿Por qué se han ido los investigadores? Porque afuera no solo tienen buenos sueldos, sino también mejores condiciones para sus investigaciones. Puedes querer mucho a tu patria, pero con hambre no hay banderas.
Por otra parte, creo que es importante que el sector productivo se involucre más en la educación superior para impulsar las ciencias básicas.
¿Qué recuerda de su llegada a Venezuela? ¿Cómo fue su integración al país?
Cuando mi papá decidió emigrar él tenía un buen puesto en una tabacalera donde era micromecánico, pero quería otras cosas, decidió venirse con unos amigos. Había varias opciones, Argentina, Estados Unidos o Venezuela, y no sé por qué decidieron venir a Venezuela.
Llegó en 1947 y al año nos mandó a llamar a mamá y a mí. El impacto fue grande porque yo venía de un país con muchas dificultades económicas y gracias a eso me he podido mantener porque como hija de la guerra sé lo que significa ahorrar.
El día que atracamos, inicialmente llegaríamos a La Guaira, pero el barco fue desviado a Puerto Cabello, me levanté tempranito y me fui al puente y me quedé impresionada: el sol estaba saliendo en Palma Sola, las palmeras y cocotales eran tan bellos, tan verdes, el mar tan azul, quedé impresionada.
De ahí nos vinimos a Caracas, llegamos a casa de un amigo de mi papá que nos prestó una habitación en San José, porque la casa que había alquilado en El Valle aún no estaba desocupada.
Cuando finalmente nos mudamos a El Valle, nosotros éramos los únicos italianos, pero nos adaptamos e hicimos buenas migas con todo el mundo. Era gente buena y colaboradora. Las señoras enseñaban a mi mamá frases en español.
Recuerdo que cuando tenía 10 años mi mamá tuvo que llevarme de emergencia a la Cruz Roja, resultó que tenía apendicitis. Una vecina, una andina que tenía 7 hijos y un marido sinvergüenza, como sabía que me gustaban las arepas, todas las mañanas me hacía una arepita con queso y me la mandaba con uno de los hijos.
Me gustaba la comida, excepto el cilantro y la lechosa, pero eso cambió porque ahora me encantan. Me acostumbré a comer frutas porque teníamos árboles en la casa: mangos, ciruelas, pomagás. Y las hallacas en esa primera Navidad en Venezuela me fascinaron. Venimos de una zona donde se come mucha polenta, entonces en la familia decíamos que la hallaca era una polenta rellena.
Marcano tiene dos hijos y cuatro nietos. Los dos nietos viven en España, uno es médico y el otro trabaja en computación y diseño, y las dos nietas están en Venezuela, una es Licenciada en Letras y la menor, de 14 años, estudia bachillerato.